22.6.07

Carlos...



Carlos tiene 61 años, está casado “pero no amarrado”, tiene tres hijos (de 35, 29 y 23 años), tres nietos y uno en camino. Es profesor, comunista, “aunque ya no militando” y toda su vida ha participado en los movimientos sindicales de su gremio, como dirigente, porque “un hombre que no tiene ideales, no es un hombre”.

Nació un día de Septiembre de 1945 siendo el menor de 3 hermanos. Sería precisamente ese mes el que marcaría episodios de su vida. Una vez egresado de la Escuela Normal donde estudió Pedagogía, obtuvo su primer nombramiento en la Escuela de Menores de San Bernardo, donde trabajaba con jóvenes marginales.

De pronto llegó la noche más larga en la historia de Chile y también de Carlos. El día 11 de septiembre de 1973 acababa de cumplir 28 años. Ya estaba casado y su hija tenía solo 2 años. Trabajaba como profesor en la población José María Caro y a la vez estudiaba Publicidad y Pedagogía en dibujo y audiovisual en la Universidad Técnica del Estado. Fue a dejar a su esposa hasta el paradero, donde se separaban cada mañana para ir a trabajar y estudiar. “Esa fue la última vez que la vi por a lo menos un mes”. Luego se dirigió a su universidad. Precisamente en aquel recinto lo sorprendió el Golpe de Estado, preparando una actividad antifascista donde el Presidente Allende sería el principal orador; “En el partido se pensaba que ahí anunciaría un plebiscito. A las seis de la tarde supimos de la muerte del compañero Presidente”. Como parte del centro de alumnos y único militante del Partido Comunista (el resto era de las Juventudes Comunistas) le tenían un mayor respeto, “aunque ahí no habían rangos”, por lo que se le encargó un grupo de 10 alumnos a su cuidado. “Yo tenía instrucción militar básica, pero aún así tenía mucho miedo, aunque nunca lo quise demostrar”. Había más de 400 personas entre alumnos y profesores, entre ellos Víctor Jara. Estaban rodeados por marinos y carabineros y lo sabían, por lo que se separaron los distintos grupos. “Hubo muchos compañeros que los vi por última vez en ese instante, aunque uno no dimensionaba realmente lo que pasaba, lo que venía...”. Su primer gran impacto: “Entre nosotros había un periodista que lo llamábamos ‘Salvaje’ por su apariencia. Aquella noche hablé con él y estaba muy preocupado porque no sabía nada de su mujer y sus hijos, estaba muy nervioso. Sobre las diez de la noche escuchamos un helicóptero por sobre la universidad con focos. El ‘Salvaje’ ya se había rasurado con una hoja de afeitar y había hablado hace minutos con su esposa, por lo que me dijo que estaba mucho más tranquilo. Corrió afuera para tomar fotografías al helicóptero bombardeando la universidad... ahí lo acribillaron...”. Con su grupo se metió en una sala y a los pocos minutos comenzaron a llover las balas, que además rebotaban en los muros, por lo que tuvieron que huir de allí. Se dispersaron y en un momento se quedó solo en una sala. Fue la primera vez que sintió la muerte, por lo que decidió intentar dormir, “como forma de huir, de escapar de eso”, porque era fundamental para él la llegada del día. Despertó de pronto esperando que ya sea la mañana, pero al ver la hora se hizo consciente de la larga noche que le esperaba; era la una y media de la madrugada. Luego se reunió con otros compañeros hasta la llegada del día y de los militares. La noche fue un infierno, sin nada para atender a los heridos y sin armas. A las siete de la mañana los soldados ingresaron y los tiraron al patio central. “Nos golpearon, nos pisaron, nos escupieron y no tuvieron ningún reparo con mujeres y hombres mayores”. Los subieron a los buses y los llevaron al Estadio Chile.

“La experiencia fue terrible, sobre todo en el Estadio Chile”. Con un micrófono el comandante Manríquez, a cargo del estadio, leía las noticias de El Mercurio y se burlaba de la muerte de Allende. Un compañero se levantó y gritó “Muerte al fascismo, viva el compañero Salvador Allende, viva la Unidad Popular”. Manríquez se le acercó lentamente y lo fusiló. “Aunque trates de prepararte para algo así, te toca. Son cosas que te marcan...”.

Las rutinas en el Estadio Chile eran las noticias en las mañanas y los constantes traslados de galerías completas, manera de infiltrar a colaboradores entre los detenidos. En esa misión sorprendió a compañeros de universidad e incluso a un profesor de Sociología. “Ahí se ve lo bajo que puede caer un ser humano”. Las comidas se entregaban una vez al día y nunca alcanzó para más de una galería, pero con los constantes cambios hubo algunos, entre ellos Carlos, que no comieron en cinco días.

Carlos recuerda un episodio con un ‘boina negra’, previo a su primer interrogatorio. Pasó caminando el soldado frente a él y le pegó por no mirarlo a los ojos. Carlos se levantó y lo miró de frente, “para no olvidarlo nunca y lo vi invadido, presionado”, por lo que lo volvió a golpear, esta vez por mirarlo. Intervinieron otros compañeros y profesores de la Universidad Técnica y les pegaron a todos. “Yo los comprendo, son bestias y estaban en sus días de furia”. Luego vinieron tres interrogatorios en ese estadio. En aquellos había dos soldados, uno muy violento y otro que “se hacía tu amigo, que te decía que hablaras para que te dejen ir”. El primero fue con Manríquez, aunque se demoró en notarlo, por la luz de los focos. “Él me dijo: tú eres mirista y te voy a cagar. Yo no lo era, pero al negarlo me dieron más fuerte”. Para los siguientes cambiaban los actores, pero el procedimiento era el mismo, aunque cada vez más intensos y selectivos. “Eran jóvenes, con mucho odio, que mataron por el gusto de matar, como una jauría de animales... matan a uno más y qué importa, no tienen que justificar la muerte...”. Carlos está seguro de que habían doctores que dirigían, “porque decían: ‘hasta aquí’, ‘suficiente’... muy precisos”.

Un día llegaron varios curas hasta la cancha del Estadio Chile y Carlos tuvo miedo. No por su aversión a la iglesia, sino porque pensó en una “extremaunción masiva”. El hombre que estaba a su lado lloraba constantemente, sufría hablando de sus hijos y Carlos no quería recordar a su hija, “porque eso me mataría”. Le tomó la mano fuerte y le dijo: “yo sé que vamos a salir y esto se lo vamos a contar a nuestros hijos con los años”... Solo Carlos lo pudo hacer. El obrero a la noche siguiente salió corriendo y saltó de cabeza contra un muro repetidas veces, hasta que un soldado lo remató. “Se fue apagando de a poco”.

Todo esto significó el estar frente a frente con la muerte. Pero nada se compara con la experiencia vivida en el velódromo del Estadio Nacional, donde fue conducido tras seis días aproximadamente en el Estadio Chile. En ese lugar se ejecutó a cientos, pero también se realizaron fusilamientos falsos. “Me llevaron vendado y me colocaron frente a un muro... hicieron todo el ritual, con los gritos de un soldado dirigiendo y en el momento de gritar ‘fuego’, el cuerpo se me puso tenso... sonaron los disparos... y nada... silencio... no respiraba y pensé que estaba muerto porque no sentía nada... ya se acabó... de pronto risas y volví de golpe a la realidad... eso es matar a ratos”. Carlos volvió a su cuerpo, los dolores, el hambre y la angustia. “Pero te juro que nunca les demostré temor, tampoco fui altanero, pero eso me significó muchos más golpes... internamente sufría mucho y temía por mí, mi familia, mis compañeros... pero no se los demostré”.

Sin embargo las muestras de solidaridad en ese contexto son cosas que permiten mantener la esperanza. En un traslado de una galería a otra se cruzó con un compañero el cual venía del lado que había recibido comida. En el cruce este le entregó un garbanzo, solo uno. Una vez sentados, Carlos y dos prisioneros más partieron el garbanzo en partes iguales y lo disfrutaron por un largo rato en la boca. No habían comido nada en cuatro días. En otra ocasión un militar se paró junto a ellos y les ofreció venderles pan. Finalmente la transacción fue de dos marraquetas por algo así como treinta mil pesos actuales, que fueron juntados por cinco o seis reclusos. De aquel pan comieron más de 25 personas. También “llegó caminando una galleta de mano en mano” de la cual comieron cerca de 10 compañeros. Pero no solo en la comida se destacaban esas virtudes. La afectividad despertaba en gestos y miradas, en el dar la mano al compañero de al lado, sin conocerlo, solo por estar ahí sufriendo lo mismo y sobreviviendo. Así fue con Víctor Jara, quien “estaba muy mal, lo habían golpeado mucho, lo habían humillado, pero seguía entero y nos daba ánimo, nos alentaba a seguir”. Pedía que lo lavaran, que lo peinaran, para que no lo vieran mal, que el seguía en la lucha y los compañeros lo hacían, lo abrigaban. Los que se iban dejaban sus ropas a los que permanecían. Antes del tercer interrogatorio, Carlos fue interceptado por el artista y se miraron profundamente. “Fue la última vez que lo vi con vida... nunca olvidaré su mirada diciéndome: fuerza compañero...”. Antes de ser trasladado al Estadio Nacional, “tras cinco o seis días, no recuerdo bien... uno pierda las nociones del tiempo”, a Carlos le tocaba un cuarto interrogatorio, pero ya estaba mal físicamente y un compañero se puso en su lugar en la fila sin que los soldados lo notaran. Carlos, con la voz quebrada, solo dice: “Nunca más lo volví a ver...”. Entre la gente de la Universidad Técnica se protegían, nadie hablaba de los otros, pero hubo quienes no aguantaron más. “Yo no los puedo enjuiciar, pero estoy orgulloso de no haberlo hecho nunca... es difícil dar una línea pareja; yo siempre negué todo y eso me tiene tranquilo”. “En esos momentos despierta lo más rico de las personas, los valores más excepcionales... aquellos que hoy ya casi no se encuentran, salvo en pocas personas... eso se perdió por la dictadura y se perdió a punta de balas y golpes... nos quitaron lo colectivo...”.

Para sobrevivir lo fundamental era mantener los sueños vigentes y mantenerse ocupado mentalmente. Carlos tenía un esquema: cuando se sentía mal pensaba en su hija, en la familia y se planteaba salir por ellos. Pero trataba de mantenerse alejado de las emociones, porque eso lo demolería. Se acordaba de los partidos que había visto en ambos estadios, los armaba completamente, desde el recorrido de su casa hasta aquel lugar. “Me pillaba sonriéndome al recordar juegos con mi hija o goles en el estadio”. En lo más práctico estaba la formación que había recibido: “hay que ver al enemigo, planteárselo, enfrentarlo inteligentemente; yo sabía que intelectualmente somos mucho más fuertes que ellos, porque no necesitamos sus métodos...”. Olvidó metódicamente nombres y números teléfonos. Actualmente Carlos no puede andar sin su agenda, porque no retiene los números de teléfono. “Son las consecuencias, pero son menores”.

Para Carlos hubo quienes no sobrevivieron porque no se les dio oportunidad, pero también hubo quienes murieron por la falta de convicción. “Si no estás convencido de tú camino, de tus ideales, de tus sueños y de la posibilidad de realizarlos, no estás entero y ellos lo notaban... a aquellos los explotaban más aún, porque sabían que eran más vulnerables...”. Había quienes lloraban y pedían perdón a los militares, lo cual a Carlos le provocaba sentimientos encontrados. “No soy quién para juzgarlos, pero yo no lo hice... los entiendo, pero no lo comparto”. Pero el convencimiento no es solo en lo político, va más allá, es también en la educación. “Un soldado me dijo, antes del segundo interrogatorio, que me quedaba una hora de vida... esa hora me preparé psicológicamente para ir a enfrentarlos... les deje a mis compañeros ropa y palabras para mi compañera y mi hija y fui entero al interrogatorio... y aquí estoy...”. Claro que hubo mucho de fortuna en su experiencia y Carlos lo sabe. “No soy un héroe. Muchos han caído bajo la tortura, pero en comparación a lo que le hicieron a otros, a mi no me hicieron nada... tuve suerte... no soy católico, pero creo que algo más allá me protegió”.

Vinieron largas semanas en el Estadio Nacional. Ahí era todo más preciso y selectivo. Largas semanas hasta que logró escapar, ayudado por su hermano mayor, que era un colaborador directo de los militares. “Nunca pensamos igual políticamente, pero fue quien me salvó”. Apareció el hermano, Lalo, con dos soldados y se lo llevó a un bus lleno de militares. “Dijo: ‘les presento a mi hermano, trabaja para mí y nos va a conducir después’. Contestaron ‘encantados, mucho gusto’. No pidió permiso; simplemente se arriesgó”. Ya estaba Carlos instalado en el bus cuando aparece un oficial: “¿Quién eres tú?”. Carlos le dijo: “trabajo con mi hermano, conduzco este bus”. El oficial no le creyó y le ordenó bajar. Tenía el pelo sucio, heridas, la ropa rota. “Venga, vamos al velódromo” dice el oficial. A la distancia estaba el hermano de Carlos con un oficial y se acercaron. “Trabaja para mi; yo trabajo con el comandante Manríquez (lo cual era cierto)”. El oficial no creyó y comenzó a llevárselo. El hermano le dijo: “aguanta, haz un esfuerzo, casi se ha terminado”. Llamaron a un tercer oficial, que entró a una sala con el hermano. Carlos cree que lo ayudó, sin conocerlo. “Mis amigos me miraban desde lejos... vi el alivio en sus caras: si tú logras salir mi familia sabrá donde estoy”. Salió el hermano de la sala y le dio las llaves a Carlos: “conduces tú”. Carlos no sabía manejar y se lo dijo con una mirada. Cuando iban por la casa de su madre, Carlos se bajó, previa autorización de un capitán. “Antes de salir me entrega un paquete de cigarros Marlboro, otro soldado me da una lata de pollo con arroz... cosas norteamericanas”. “Mi madre y mi compañera pensaban que estaba muerto... Llamé a mi mujer por teléfono: ‘¿Quién habla?’; ‘Carlos’; ‘¿Cuál Carlos?’; pensó que alguien le mentía... son experiencias que nunca...”

Carlos fue detenido y torturado 3 veces posteriormente. En julio de1974, imprimió volantes para el aniversario de la nacionalización del cobre. Las visitas al cementerio fueron constantes. El año 1985 perdió a su mejor amigo, a su compañero de vida Manuel Guerrero, asesinado por la dictadura y convertido en icono de lucha por el pueblo; esa lucha que en clandestinidad nunca cesó. “Pero esa es otra historia...”.

La forma de ver la vida de Carlos cambió, “porque cambiaron también los escenarios”. Pero los sueños, los conceptos, los ideales nunca cambiaron. Se han ido cultivando más. “Me cercenaron una parte de la vida, pero no me quedé en eso... seguí en lo mismo, no soy individualista, los compañeros que dieron su vida, son los que me señalaron el camino a seguir...”. Nunca se ha arrepentido de las cosas que ha hecho y se enorgullece de eso.

Vino la democracia y vinieron también las enfermedades. El cuerpo de Carlos quizás le ha pasado la cuenta por tanta lucha. El cáncer y los infartos han intentado lograr lo que no pudo Pinochet y sus dirigidos. Tampoco han podido. A punta de amigos-compañeros, un buen ron, noches de conversaciones con Sabina de fondo en el bar, domingos en Los de Abajo con camiseta azul, días de sueños y una sonrisa constante, Carlos se ha escapado una y otra vez de la muerte y puede decir con orgullo que ha sabido vivir...
Vivir con sencillez...

“La lucha es lo que me ha permitido vivir,
porque si no estaría cagado por mis problemas de salud...
estoy agradecido de la vida y de la familia
que me ha apoyado más allá de las palabras,
con compañía, haciéndolo sentir...
no soy un número más,
soy una pequeña parte de la historia…”

21 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por darme la oporotunidad de sentir que puedo seguir luchando por lo que creo justo sin importar los los duros golpes que nos de la vida, quizas son para probarnos cuan consecuenes somos con nuestro ideales.
Un abrazo lleno de fuerza para continuar en este camino

Anónimo dijo...

recuerdo cuando me contaste de tu idea de un sitio como este... recuerdo que me emocioné y me alegré de la belleza de tu idea...
por eso espero que este espacio sea el comienzo de la realización de tus sueños...
Pablo...

Anónimo dijo...

Le agradezco la oportunidad de conocer su testimonio, ya que es un gran ejemplo de consecuencia y valor que al leerlo me provoca admiración. Es gratificante saber que hay gente que antes que todo busca ser leal consigo mismo y sus valores, incluso al punto de poner en riesgo la vida.

Saludos, T C.

Anónimo dijo...

q bello!
amo esta página!...ojalá que tengamos mas historias tan potentes como esta...
...le agradezco a mi suegrito por formar parte de esto y por ser el primero en compartir con nosotros un pedazito de su vida!

=)

Coti Díaz dijo...

Te felicito por esta iniciativa. Una linda historia de vida y un ejemplo, como dijeron antes, esto hace darse cuenta que a pesar de los golpes de la vida, por muy duros que sean, en nosotros esta tomar la fuerza, salir adelante y luchar por nuestras convicciones ... Admiro mucho más las personas que luchan consigo mismas, con us miedos y sus cargas para salir adelante.

Saludos

Sebastián J. Echeverría dijo...

Estimado, gran historia.

Notable relato.

Anónimo dijo...

que buena idea la de tu hijo de registrar una historia para que quede en la memoria de esta generación, y no se repitan hechos tan dolorosos que viviste y muchas otras personas, incluyendo a mi familia.
Sé que eres una persona muy especial y lo vivido Dios te acompaño
un abrazo fuerte y fraterno, Isabel

Pablo Cruz dijo...

No tengo mucho que decir, la verdad es que hay que luchar hasta el final por lo que uno quiere y esperemos que los sueños de las personas no se vean interrumpidos de la misma manera...
Sigamos tratando de construir un mundo mejor y aprendamos de los ejemplos y de los errores no? un abrazo a los dos los quiero mucho.

Anónimo dijo...

Cariño:
Esta página me recuerda unos versos de Borges

"Después de un tiempo,
uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano
y encadenar un alma...

y uno aprende
que el amor no significa acostarse
y una compañía no significa seguridad
y uno empieza a aprender...

Que los besos no son contratos
y los regalos no son promesas
y uno empieza a aceptar sus derrotas
con la cabeza alta y los ojos abiertos...
y uno aprende a construir
todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno de mañana
es demasiado inseguro para planes...
y los futuros tienen una forma de
caerse en la mitad.

Y después de un tiempo
uno aprende que si es demasiado,
hasta el calorcito del sol quema.
Así que uno planta su propio jardín
y decora su propia alma,
en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Y uno aprende que realmente puede aguantar,
que uno realmente es fuerte,
que uno realmente vale,
y uno aprende y aprende...

Y con cada día uno aprende."


Gracias por compartir parte de tu historia... pero aprende a no dejar esperando a quienes te queremos y queremos disfrutar de tu compañía.

Con amor infinito

Loreto... desde el otro lado de la luna

4°C;1994 dijo...

Solo decir que es un muy bonito trabajo, felicito a Paulito por la iniciativa.

un abrazo

Willy

pogoto_jara dijo...

En tiempos remotos, la vida era feliz
existían el Cielo, la Tierra y el Infierno.

En la Tierra estabas vivo o muerto.
Cuando morías quedabas en el Cielo o en el Infierno.

Una vez morí, no lo busque pero supe que me tocaba.
Morí un día y no tuve miedo, ni pena, no lo busque pero lo sabia.
Lo que me dio ese día fue cansancio, así que dormí, dormí si, en las baldosas del patio en la Escuela de Artes y Oficios.
Dormí y espere mi muerte...
Fue mucho tiempo de espera y la muerte me ignoró,
No llego el balazo, no llego el cuchillo,
pero morí, porque así estaba predicho.

Se me aclara la vista y comienzo a comprender.
En la noche estamos vivos, los que como yo, un día encontramos la muerte.
Quizás la buscamos, no importa, el punto es que la muerte nos ignoró, pero ya estábamos muertos, porque así estaba predicho.

Ahora entiendo, ya no existe el Cielo, la Tierra y el Infierno, al menos no para nosotros, iluminados Muertos Vivos.

Al caer la noche, volvemos a vivir, volvemos a ser, volvemos a creer.
Mas al comenzar el día, nos cubrimos con traje mortuorio de verdades divinas, los vidrios espejos nos reflejan,

Y somos solo eso, un reflejo de lo que fuimos en otra vida,
La vida en la Tierra que un día quisimos cambiar.

Soy un rebelde, de esta oscuridad, de esta luz quiero arrancar,
o me quiero bien Muerto, o me quiero bien Vivo.

No más pesadilla,
no más luz,
no más verdad,
en otros sueños ...!Quiero Resucitar!

Anónimo dijo...

Hay que tener cuidado con Carlos Vega. Produce acostumbramiento. Uno no se da ni cuenta conversando en el rincón más silencioso del bar. Entonces uno vuelve tranquilo a casa. Como esperando otro viernes. Como acostumbrándose a Carlos Vega, como acostumbrándose a la vida. Hay que tener cuidado con Carlos Vega.
Ricardo Candia C.

Anónimo dijo...

Carlitos Vega , es un hombre ejemplar gran amigo, gran padre, gran padrino,gran abuelo, una persona a quien debemos imitar , realmente es verdaderamente un hombre sencillo, pero lleno de virtudes con pequeños defectos como todos UNA PERSONA MARAVILLOSA, quienes somos sus amigos debemos dar las gracias a el y su familia tan especial por su amistad.

Anónimo dijo...

A Carlitos, como lo llamamos, basta conocerle unos minutos para darse cuenta que es un hombre sincero, transparente, su apacible voz inspira confianza, refleja una humanidad de quien le ha ganado no solo al “enemigo” sino a la vida. Tal vez entre tantas botellas, uno pasa por alto las cualidades del otro, sin embargo, entre los que gozamos de las noches de Sabina o de Silvio, el reconocimiento es tácito y siempre presente.
Con admiración y cariño.., Un gran Abrazo.
Negro.

Anónimo dijo...

Saco trago compadre, y desde ya lo invito a mi casa para este sábado 14 de julio de las 18:15 en adelante, para disfrutar momentos de grato esparcimiento y fumarnos un huiro escuchando rock clásico.
Lucho Parra v.

Anónimo dijo...

Entramos juntos a la Normal 1961, repetimos juntos el tercer año, fuimos compañeros y nos sentamos juntos a Manuel Guerrero, juntos fuimos de la Jota, egresamos juntos 1967, insistimos y entramos juntos a trabajar al Politecnico de San Bernardo,juntos entramos al partido por acción de Juan Giannelli y juntos hoy nos damos cuenta que hemos hecho un recorrido que llega a sus etapas finales por la vida, por la profesión , por los sueños, y por las luchas de estos cansasdos cuerpos por vivir.¡gracias Pablo!... por poder expresar a tu viejo que tantas vidas juntas me entregan la posibilidad de decir gracias destino por poder haber sido , amigo y compañero de una gran hombre
El valor más alto del crecimiento humano es llegar a la humildad y CARLOS la tuvo siempre y hoy la difumde y demuestra a los demás

Unknown dijo...

Me emocione cuando leí su historia, y al recordar sus ojos creo entender de cierto modo de que se trata vivir.
Este Sábado que nos encontramos en el Clandestino,me hizo mucho sentido nuestra conversación, estaba un poco desanimada, pero son historias como la suya, sus gestos humildes y la apertura de corazón los que me reafirman mi amor por la vida y me dan fuerza para seguir. Gracias por lo compartido y por la enseñanza. Un abrazo de OSO!!
Chichi

Anónimo dijo...

Es una experincia dura para cualquier ser, pero enriquecedora
que nos hace pensar que el ser humano es capaz de vencer temores, enfrentar la violencia y seguir fiel a sus principios,al respeto y la dignidad..Un fuerte abrazo amigo.

Anónimo dijo...

Carli:
Yo soy una "vieja" (no de edad)amiga cubana que te quiere mucho y que el día de hoy he conocido de tu historia. Esto hace que te quiera aún más, porque además de todas las cualidades que tienes, descubrí que eres (como mi padre)uno de los hombres más sencillos y honestos que conozco. Sabes que siempre contarás conmigo. Patty

Anónimo dijo...

Tantos mundos,tanto espacio y coincidir...Cada día de mi vida doy gracias a Dios por haber tenido la fortuna y la bendición de haberte conocido y te reitero una vez más que te admiro y eres un ejemplo de vida hoy y siempre.Que Dios te bendiga y te siga protegiendo como hasta el día de hoy.Gracias infinitas por dar a conocer tus vivencias y sobre todo el amor a la vida.

Magdalena dijo...

Querido Carlos... en este momento quedo sin palabras y las emociones afloran sin permiso ni vergüenza, me siento orgullosa de que el camino de mi vida se entrecruzara al tuyo, se agradecen las coversaciones y los cariños y se valora que tu capacidad de amar no la hayan asesinado como sí lo hicieron con tantas personas... luego de leerte me asombras mucho más, que hayas sido capaz de relatar lo sucedido, que abras tu alma y muestres tu corazón, tus miedos, das esperanza...me regalas amor... no está todo perdido, aún existen miles de esperanzas... tú eres una de ellas... te quiero mucho.
Magdalena Harambour Caipillán